miércoles, 12 de diciembre de 2012
Jdt 9, 11-13 Tú eres el salvador de los desesperados
11 Porque tu
fuerza no está en el número ni tu dominio en los fuertes, sino que tú eres el
Dios de los humildes, el defensor de los desvalidos, el apoyo de los débiles,
el refugio de los abandonados y el salvador de los desesperados. 12 ¡Sí, Dios
de mi padre y Dios de la herencia de Israel, Soberano del cielo y de la tierra,
Creador de las aguas y Rey de toda la creación: escucha mi plegaria! 13 Que mi
palabra seductora se convierta en herida mortal para los que han maquinado un
plan siniestro contra tu Alianza y tu Santa Morada, la cumbre de Sión y la Casa
que es posesión de tus hijos.
(C.I.C 2559) "La oración es la elevación del alma a
Dios o la petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]: PG 94, 1089).
¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de
nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 14) de
un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf. Lc 18,
9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir
como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para
recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios
(San Agustín, Sermo 56, 6, 9: PL 38,
381).
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