lunes, 3 de diciembre de 2012
Tb 4, 5-11 Da limosna según la medida de tus posibilidades
5 Acuérdate del
Señor todos los días de tu vida, hijo mío, y no peques deliberadamente ni
quebrantes sus mandamientos. Realiza obras de justicia todos los días de tu
vida y no sigas los caminos de la injusticia. 6 Porque si vives conforme a la
verdad, te irá bien en todas tus obras 7 como a todos los que practican la
justicia. Da la limosna de tus bienes y no lo hagas de mala gana. No apartes tu
rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti. 8 Da limosna según la
medida de tus posibilidades: si tienes poco, no temas dar de lo poco que
tienes. 9 Así acumularás un buen tesoro para el día de la necesidad. 10 Porque
la limosna libra de la muerte e impide caer en las tinieblas: 11 la limosna es,
para todos los que la hacen, una ofrenda valiosa a los ojos del Altísimo.
(C.I.C 2447) Las obras
de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales socorremos a
nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7;
Hb 13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de
misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de
misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento,
dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a
los presos, enterrar a los muertos (cf. Mt 25,31-46). Entre estas obras, la
limosna hecha a los pobres (cf. Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los
principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de
justicia que agrada a Dios (cf. Mt 6, 2-4): “El que tenga dos túnicas que las
reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo” (Lc 3,
11). “Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras
para vosotros” (Lc 11, 41). “Si un hermano o una hermana están desnudos y
carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: ‘Id en paz,
calentaos o hartaos’, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué
sirve?” (St 2, 15-16; cf Jn 3, 17).
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