lunes, 2 de julio de 2012
Ex 3,7-10 «Yo he visto la opresión de mi pueblo»
7 El Señor dijo: «Yo he visto la opresión de mi pueblo,
que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus
capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. 8 Por eso he bajado a
librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una
tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al país de los
cananeos, los hititas, los amorreos, los perizitas, los jivitas y los
jebuseos.9 El clamor de los israelitas ha llegado hasta mi y he visto cómo son
oprimidos por los egipcios. 10 Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques
de Egipto a mi pueblo, a los israelitas».
(C.I.C 207) Al revelar su Nombre,
Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre,
valedera para el pasado ("Yo soy el Dios de tus padres", Ex 3,6) como
para el porvenir ("Yo estaré contigo", Ex 3,12). Dios que revela su
nombre como "Yo soy" se revela como el Dios que está siempre allí,
presente junto a su pueblo para salvarlo. (C.I.C 208) Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre
descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y
se cubre el rostro (cf. Ex 3,5-6) delante de la santidad divina. Ante la gloria
del Dios tres veces santo, Isaías exclama: "¡Ay de mí, que estoy perdido,
pues soy un hombre de labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos
que Jesús realiza, Pedro exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre
pecador" (Lc 5,8). Pero porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que
se descubre pecador delante de El: "No ejecutaré el ardor de mi cólera [...]
porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo el Santo" (Os 11,9). El
apóstol Juan dirá igualmente: "Tranquilizaremos nuestra conciencia ante
él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que
nuestra conciencia y conoce todo" (1Jn 3,19-20).
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