sábado, 14 de julio de 2012
Ex 17,1-7 ¿Por qué provocan al Señor?
1 Toda la comunidad de los israelitas partió del
desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor.
Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber. 2 Entonces
acusaron a Moisés y le dijeron: «Danos agua para que podamos beber». Moisés les
respondió: «¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?». 3 Pero el pueblo,
torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: «¿Para qué nos hiciste
salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y
nuestro ganado?». 4 Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: «¿Cómo tengo que
comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?». 5 El
Señor respondió a Moisés: «Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos
ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas
del Nilo. Ve, 6 porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb.
Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo». Así lo
hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. 7 Aquel lugar recibió el
nombre de Masá –que significa «Provocación»– y de Meribá –que significa
«Querella»– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos
provocaron al Señor, diciendo: «¿El Señor está realmente entre nosotros, o
no?».
(C.I.C 694) El agua.
El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el
Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se
convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo
que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua
bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da
en el Espíritu Santo. Pero "bautizados […] en un solo Espíritu",
también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1Co 12, 13): el Espíritu
es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado
(cf. Jn 19, 34; 1Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida
eterna (cf. Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1Co 10, 4; Ap
21, 6; 22, 17). (C.I.C 2119) La acción de tentar
a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de obra, su bondad y su
omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de Jesús que se arrojara del
templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a actuar (Cf. Lc 4, 9). Jesús le
opone las palabras de Dios: ‘No tentarás al Señor tu Dios’ (Dt 6, 16). El reto
que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a
nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su
providencia y su poder (Cf. 1Co 10, 9; Ex 17, 2-7; Sal 95, 9).
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