lunes, 16 de julio de 2012
Ex 19,5 Serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos
5 Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán
mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me
pertenece.
(C.I.C 762) La preparación
lejana de la reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a
quien Dios promete que llegará a ser Padre de un gran pueblo (cf Gn 12, 2; 15,
5-6). La preparación inmediata comienza con la elección de Israel como pueblo
de Dios (cf Ex 19, 5-6; Dt 7, 6). Por su elección, Israel debe ser el signo de
la reunión futura de todas las naciones (cf Is 2, 2-5; Mi 4, 1-4). Pero ya los
profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como una
prostituta (cf Os 1; Is 1, 2-4; Jr 2; etc.). Anuncian, pues, una Alianza nueva
y eterna (cf. Jr 31, 31-34; Is 55, 3). "Jesús instituyó esta nueva
alianza" (Lumen gentium, 9). (C.I.C
2810) En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf. Hb
6, 13), Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a
revelarlo a Moisés (cf. Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo
salvándolo de los egipcios: "se cubrió de Gloria" (Ex 15, 1). Desde
la Alianza del Sinaí, este pueblo es "suyo" y debe ser una
"nación santa" (cf. Ex 19, 5-6) (o “consagrada”, que es la misma
palabra en hebreo), porque el Nombre de Dios habita en él.
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