domingo, 29 de julio de 2012
Ex 20,18-20 No teman porque Dios ha venido
(Ex 20,18-20) No teman porque Dios ha
venido
18 Al percibir
los truenos, los relámpagos y el sonido de la trompeta, y al ver la montaña
humeante, todo el pueblo se estremeció de temor y se mantuvo alejado. 19
Entonces dijeron a Moisés: Háblanos tú y oiremos, pero que no nos hable Dios,
porque moriremos». 20 Moisés respondió al pueblo: «No teman, porque Dios ha
venido a ponerlos a prueba para infundirles su temor. Así ustedes no pecarán».
(C.I.C 1849) El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la
conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el
prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del
hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una
palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27: PL
42, 418; Santo Tomás de Aquino, Summa
theologiae, 1-2, 71, 6). (C.I.C 1850) El pecado es una ofensa a Dios:
“Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces” (Sal 50, 6).
El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros
corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra
Dios por el deseo de hacerse ‘como dioses’, pretendiendo conocer y determinar
el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así ‘amor de sí hasta el desprecio de
Dios’ (San Agustín, De civitate Dei,
14, 28: PL 41, 436). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es
diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (Cf.
Flp 2, 6-9).
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