domingo, 8 de julio de 2012

Ex 13,4-9 La ley del Señor esté siempre en tus labios


(Ex 13,4-9) La ley del Señor esté siempre en tus labios

4 Hoy, en el mes de Abib, ustedes salen de Egipto. 5 Y cuando el Señor te introduzca en el país de los cananeos, los hititas, los amorreos, los jivitas y los jebuseos, en el país que el Señor te dará porque así lo juró a tus padres –esa tierra que mana leche y miel– celebrarás el siguiente rito en este mismo mes: 6 Durante siete días, comerás pan sin levadura, y el séptimo día habrá una fiesta en honor del Señor. 7 Durante los siete días, el pan fermentado y la levadura no se verán en todo tu territorio. 8 Y ese día darás a tu hijo la siguiente explicación: «Esto es así, a causa de lo que el Señor hizo por mí cuando salí de Egipto». 9 Este rito será como un signo en tu mano y como un memorial ante tus ojos, para que la ley del Señor esté siempre en tus labios por que el Señor te sacó de Egipto con mano poderosa.
(C.I.C 1094) Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf. Dei Verbum, 14-16) se articula la catequesis pascual del Señor (cf. Lc 24,13- 49), y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque revela la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf. 2Co 3, 14-16). Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf. 1P 3,21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo (cf. 1Co 10,1-6); el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo". (C.I.C 613) La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28; cf. Lv 16, 15-16).  

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