martes, 10 de julio de 2012
Ex 13,21-22 Una columna de fuego, para iluminarlos
21 El Señor iba al frente de ellos, de día en una
columna de nube, para guiarlos por el camino; y de noche en una columna de fuego,
para iluminarlos, de manera que pudieran avanzar de día y de noche. 22 La
columna de nube no se apartaba del pueblo durante el día, ni la columna de
fuego durante la noche.
(C.I.C 697) La nube y
la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del
Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces
oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo
sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf. Ex
24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10) y durante la marcha por
el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación del
Templo (cf. 1 R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en
el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre
la Virgen María y la cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé
a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña de la Transfiguración es Él quien "vino en una nube y cubrió con su
sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se
oyó una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido,
escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que
"ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos el día de la Ascensión
(Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su
Advenimiento (cf. Lc 21, 27).
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