miércoles, 18 de julio de 2012
Ex 19,16-20 El Señor bajó a la montaña del Sinaí
16 Al amanecer del tercer día, hubo truenos y
relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de
trompeta. Todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció de temor. 17 Moisés hizo salir al pueblo del campamento
para ir al encuentro de Dios, y todos se detuvieron al pie de la montaña. 18 La
montaña del Sinaí estaba cubierta de humo, porque el Señor había bajado a ella
en el fuego. El humo se elevaba como el de un horno, y toda la montaña temblaba
violentamente. 19 El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés
hablaba, y el Señor le respondía con el fragor del trueno. 20 El Señor bajó a
la montaña del Sinaí, a la cumbre de la montaña, y ordenó a Moisés que subiera
a la cumbre. Moisés subió,
(C.I.C 2085) El Dios único y verdadero revela ante todo su
gloria a Israel (Cf. Ex 19, 16-25; 24, 15-18). La revelación de la vocación y
de la verdad del hombre está ligada a la revelación de Dios. El hombre tiene la
vocación de hacer manifiesto a Dios mediante sus obras humanas, en conformidad
con su condición de criatura hecha ‘a imagen y semejanza de Dios’ (Gn 1, 26): “No
habrá jamás otro Dios, Trifón, y no ha habido otro desde los siglos […] sino el
que ha hecho y ordenado el universo. Nosotros no pensamos que nuestro Dios es
distinto del vuestro. Es el mismo que sacó a vuestros padres de Egipto ‘con su
mano poderosa y su brazo extendido’. Nosotros no ponemos nuestras esperanzas en
otro, (que no existe), sino en el mismo que vosotros: el Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob”. (San Justino, Dialogus
cum Tryphone Iudaeo, 11, 1: PG 6, 497).
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