lunes, 22 de junio de 2009

Rm 9, 6-13 Son los hijos de la promesa

(Rm 9, 6-13) Son los hijos de la promesa
[6] No es cierto que la palabra de Dios haya caído en el vacío. Porque no todos los que descienden de Israel son realmente israelitas. [7] Como tampoco todos los descendientes de Abraham son hijos suyos, sino que como dice la Escritura: De Isaac nacerá tu descendencia. [8] Esto quiere decir que los hijos de Dios no son los que han nacido de la carne, y que la verdadera descendencia son los hijos de la promesa. [9] Porque así dice la promesa: Para esta misma fecha volveré, y entonces Sara tendrá un hijo. [10] Y esto no es todo: está también el caso de Rebeca que concibió dos hijos de un solo hombre, Isaac, nuestro padre. [11] Antes que nacieran los niños, antes que pudieran hacer el bien o el mal –para que resaltara la libertad de la elección divina, [12] que no depende de las obras del hombre, sino de aquel que llama– Dios le dijo a Rebeca: El mayor servirá al menor, [13] según lo que dice la Escritura: Preferí a Jacob, en lugar de Esaú.
(C.I.C 60) El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28), llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de la Iglesia (cf. Jn 11,52; 10, 16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18. 24). (C.I.C 705) Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo "a imagen de Dios", a imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23), privado de la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá "la imagen" (cf. Jn 1, 14; Flp 2, 7) y la restaurará en "la semejanza" con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu "que da la Vida". (C.I.C 706) Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios dispersos" (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14).

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