porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.
miércoles, 10 de junio de 2009
Rm 5, 5b Por el Espíritu Santo que nos ha sido dado
(Rm 5, 5b) Por el Espíritu Santo que nos ha sido dado
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.
(C.I.C 733) "Dios es Amor" (1Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). (C.I.C 368) La tradición espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de "lo más profundo del ser" “en sus corazones” (Jr 31,33), donde la persona se decide o no por Dios (cf. Dt 6,5; 29,3; Is 29,13; Ez 36,26; Mt 6,21; Lc 8,15; Rm 5,5). (C.I.C 1964) La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. ‘La ley es profecía y pedagogía de las realidades venideras’ (San Ireneo de Lyon Adversus haereses, 4, 15, 1: PG 7, 1012). Profetiza y presagia la obra de liberación del pecado que se realizará con Cristo; suministra al Nuevo Testamento las imágenes, los ‘tipos’, los símbolos para expresar la vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de los libros sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de los cielos. “Hubo [...], bajo el régimen de la antigua Alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva Alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual «la caridad es difundida en nuestros corazones» (Rm 5,5.). (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, 107, 1 ad 2).
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