martes, 2 de junio de 2009

Rm 3, 5-11 Todos están sometidos al pecado

(Rm 3, 5-11) Todos están sometidos al pecado
[5] Ahora bien, si nuestra injusticia hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué conclusión sacaremos? ¿Dios será injusto –me expreso en términos humanos– al dar libre curso a su ira? [6] De ningún modo. De lo contrario, ¿cómo podría Dios juzgar al mundo? [7] Pero si con mi mentira, la verdad de Dios sale ganando, para gloria suya, ¿por qué todavía voy a ser condenado como pecador? [8] ¿O debemos hacer el mal para que resulte el bien, como algunos calumniadores nos hacen decir? ¡Estos sí merecen ser condenados! [9] En definitiva, entonces, ¿somos o no superiores a los paganos? De ninguna manera. [10] Porque acabamos de probar que todos están sometidos al pecado, tanto los judíos como los que no lo son. Así lo afirma la Escritura: No hay ningún justo, ni siquiera uno; [11] no hay nadie que comprenda, nadie que busque a Dios.
(C.I.C 397) El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad. (C.I.C 398) En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente "divinizado" por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso "ser como Dios" (cf. Gn 3,5), pero "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (San Máximo Confesor, Ambiguorum liber: PG 91, 1156).

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