viernes, 19 de junio de 2009

Rm 8, 18-23 La gloriosa libertad de los hijos de Dios

(Rm 8, 18-23) La gloriosa libertad de los hijos de Dios
[18] Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. [19] En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. [20] Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. [21] Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. [22] Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. [23] Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la plena filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo.
(C.I.C 293) Es una verdad fundamental que la Escritura y la Tradición no cesan de enseñar y de celebrar: "El mundo ha sido creado para la gloria de Dios" (Concilio Vaticano I: DS 3025). Dios ha creado todas las cosas, explica san Buenaventura, "non […] propter gloriam augendam, sed propter gloriam manifestandam et propter gloriam suam communicandam" ("no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla") (San Buenaventura, In secundum librum Sententiarum, dist. 1, 2, 2, 1). Porque Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad: "Aperta manu clave amoris creaturae prodierunt" ("Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas") (Santo Tomás de Aquino, Commentum in secundum librum Sententiarum, Prologus). Y el Concilio Vaticano I explica: El solo verdadero Dios, en su bondad y por su fuerza todopoderosa, no para aumentar su bienaventuranza, ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección por los bienes que otorga a sus criaturas, con libérrimo designio, justamente desde en el comienzo del tiempo, creó de la nada a la vez una y otra criatura (Concilio Vaticano I: DS 3002). (C.I.C 294) La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,5-6): "Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios" (San Ireneo, Adversus haereses, 4, 20, 7: PG 7, 1037). El fin último de la creación es que Dios, "Creador de todos los seres, se haga por fin ‘todo en todas las cosas’ (1Co 15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad" (Ad gentes, 2).

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