sábado, 13 de junio de 2009
Rm 5, 21 La gracia reinará por medio de Jesucristo
(Rm 5, 21) La gracia reinará por medio de Jesucristo
[21] Porque así como el pecado reinó produciendo la muerte, también la gracia reinará por medio de la justicia para la Vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor.
(C.I.C 412) Pero, ¿por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara? San León Magno responde: "La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio" (Sermo 73, 4: PL 54, 151). Y santo Tomás de Aquino: "Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después del pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de san Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Y en la bendición del Cirio Pascual: “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!” (Summa theologiae, 3, 1, 3, 3). (C.I.C 420) La victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó el pecado: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). (C.I.C 1848) Como afirma san Pablo, ‘donde abundó el pecado, […] sobreabundó la gracia’ (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos ‘la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor’ (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado: “La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior dela propia consciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Así, pues, en este ‘convencer en lo referente al pecado’ descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito”. (Dominum et vivificantem, 31).
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