[1] Hermanos, mi mayor deseo y lo que pido en mi oración a Dios es que ellos se salven. [2] Yo atestiguo en favor de ellos que tienen celo por Dios, pero un celo mal entendido. [3] Porque desconociendo la justicia de Dios y tratando de afirmar la suya propia, rehusaron someterse a la justicia de Dios, [4] ya que el término de la Ley es Cristo, para justificación de todo el que cree.
miércoles, 24 de junio de 2009
Rm 10, 1-4 Rehusaron someterse a la justicia de Dios
Romanos 10
(Rm 10, 1-4) Rehusaron someterse a la justicia de Dios[1] Hermanos, mi mayor deseo y lo que pido en mi oración a Dios es que ellos se salven. [2] Yo atestiguo en favor de ellos que tienen celo por Dios, pero un celo mal entendido. [3] Porque desconociendo la justicia de Dios y tratando de afirmar la suya propia, rehusaron someterse a la justicia de Dios, [4] ya que el término de la Ley es Cristo, para justificación de todo el que cree.
(C.I.C 1937) “Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de ‘talentos’ particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras: “¿Es que acaso distribuyo yo las diversas [virtudes] dándole a uno toda o dándole a este una y al otro otra particular? […] A uno la caridad, a otro la justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva [...] En cuanto a los bienes temporales, las cosas necesarias para la vida humana las he distribuido con la mayor desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le era necesario para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, de practicar la caridad unos con otros [...] He querido que unos necesitasen de otros y que fuesen mis servidores para la distribución de las gracias y de las liberalidades que han recibido de mí. (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina provvidenza, 7). (C.I.C 1953) La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en persona el camino de la perfección. Es el fin de la Ley, porque sólo Él enseña y da la justicia de Dios: ‘Porque el fin de la ley es Cristo para justificación de todo creyente’ (Rm 10, 4). (C.I.C 1985) La Ley nueva es ley de amor, ley de gracia, ley de libertad. (C.I.C 1983) La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo recibida mediante la fe en Cristo, que opera por la caridad. Se expresa especialmente en el Sermón del Señor en la montaña y se sirve de los sacramentos para comunicarnos la gracia. (C.I.C 1984) La Ley evangélica cumple, supera y lleva a su perfección la Ley antigua: sus promesas mediante las bienaventuranzas del Reino de los cielos, sus mandamientos, reformando el corazón que es la raíz de los actos.
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