miércoles, 17 de junio de 2009
Rm 7, 14-25 Gracias a Dios por Jesucristo nuestro Señor
(Rm 7, 14-25) Gracias a Dios por Jesucristo nuestro Señor
[14] Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado. [15] Y ni siquiera entiendo lo que hago, porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. [16] Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la Ley es buena. [17] Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, [18] porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo. [19] Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. [20] Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. [21] De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. [22] Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, [23] pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros. [24] ¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte? [25] ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! En una palabra, con mi razón sirvo a la Ley de Dios, pero con mi carne sirvo a la ley del pecado.
(C.I.C 405) Aunque propio de cada uno (cf. Concilio de Trento: DS 1513), el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual. (C.I.C 408) Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de san Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1,29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres (cf. Reconciliatio et paenitentia, 16). (C.I.C 1741) Liberación y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud. ‘Para ser libres nos libertó Cristo’ (Ga 5,1). En Él participamos de ‘la verdad que nos hace libres’ (Jn 8,32). El Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, ‘donde está el Espíritu, allí está la libertad’ (2Co 3,17). Ya desde ahora nos gloriamos de la ‘libertad de los hijos de Dios’ (Rm 8,21).
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