martes, 30 de junio de 2015
466. ¿Por qué ha de ser respetada la vida humana? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 466 - repetición) La vida
humana ha de ser respetada porque es sagrada. Desde el comienzo supone la
acción creadora de Dios y permanece para siempre en una relación especial con
el Creador, su único fin. A nadie le es lícito destruir directamente a un ser
humano inocente, porque es gravemente contrario a la dignidad de la persona y a
la santidad del Creador. «No quites la vida del inocente y justo» (Ex 23, 7).
Resumen
(C.I.C 2319) Toda vida humana, desde el momento de la
concepción hasta la muerte, es sagrada, pues la persona humana ha sido amada
por sí misma a imagen y semejanza del Dios vivo y santo. (C.I.C 2320) Causar la
muerte a un ser humano es gravemente contrario a la dignidad de la persona y a
la santidad del Creador.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 2260) La alianza de Dios y de la humanidad está
tejida de llamamientos a reconocer la vida humana como don divino y de la
existencia de una violencia fratricida en el corazón del hombre: “Y yo os prometo reclamar vuestra propia
sangre [...] Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre
vertida, porque a imagen de Dios hizo él al hombre” (Gn 9, 5-6). El Antiguo
Testamento consideró siempre la sangre como un signo sagrado de la vida (Cf. Lv
17, 14). La validez de esta enseñanza es para todos los tiempos. (C.I.C 2261)
La Escritura precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: ‘No quites la vida
del inocente y justo’ (Ex 23, 7). El homicidio voluntario de un inocente es
gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la
santidad del Creador. La ley que lo proscribe posee una validez universal:
obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes.
Para la reflexión
(C.I.C 2262) En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda
el precepto: ‘No matarás’ (Mt 5, 21), y añade el rechazo absoluto de la ira,
del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la
otra mejilla (Cf. Mt 5, 22-39), amar a los enemigos (Cf. Mt 5, 44). El mismo no
se defendió y dijo a Pedro que guardase la espada en la vaina (Cf. Mt 26, 52).
(C.I.C 2844) La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf. Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo
configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el
don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la
compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el
amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este
testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación
(cf. 2Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí
(cf. Juan Pablo II, Dives in Misericordia,
14). [Fin]
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