domingo, 26 de abril de 2015
428. ¿Estamos todos llamados a la santidad cristiana? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 428 - repetición) Todos
los fieles estamos llamados a la santidad cristiana. Ésta es plenitud de la
vida cristiana y perfección de la caridad, y se realiza en la unión íntima con
Cristo y, en Él, con la Santísima Trinidad. El camino de santificación del
cristiano, que pasa por la cruz, tendrá su cumplimiento en la resurrección
final de los justos, cuando Dios sea todo en todos.
Resumen
(C.I.C 2028) ‘Todos los fieles [...] son llamados a la plenitud
de la vida cristiana y a la perfección de la caridad’ (Lumen gentium, 40). ‘La perfección cristiana sólo tiene un límite:
el de no tener límite’ (San Gregorio de Nisa, De vita Moysis, 1, 5:PG 44, 300). (C.I.C 2029) ‘Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’ (Mt 16, 24).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 2014) El progreso espiritual tiende a la unión cada
vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama ‘mística’, porque participa del
misterio de Cristo mediante los sacramentos -‘los santos misterios’- y, en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos
llama a todos a esta unión íntima con Él,
aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística
sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a
todos. (C.I.C 2015) El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay
santidad sin renuncia y sin combate espiritual (Cf. 2Tm 4). El progreso
espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a
vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: “El que asciende no termina
nunca de subi, y va paso a paso: no se alcanza nunca el final de lo que es
sempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se detiene
nunca en lo que ya le es conocido” (San Gregorio de Nisa, In Canticum homilia 8: PG 44, 941).
Para la reflexión
(C.I.C 2016) Los hijos de la Santa Madre Iglesia esperan
justamente la gracia de la perseverancia
final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas
con su gracia en comunión con Jesús (Cf. Concilio
de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten
la ‘bienaventurada esperanza’ de aquellos a los que la misericordia divina
congrega en la ‘Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, […] que baja del cielo, de
junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo’ (Ap 21, 2). [Fin]
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