martes, 30 de diciembre de 2014
339. ¿De qué modo el pecado amenaza al Matrimonio?
(Compendio 339) A causa del primer pecado, que ha
provocado también la ruptura de la comunión del hombre y de la mujer, donada
por el Creador, la unión matrimonial está muy frecuentemente amenazada por la
discordia y la infidelidad. Sin embargo, Dios, en su infinita misericordia, da
al hombre y a la mujer su gracia para realizar la unión de sus vidas según el
designio divino original.
Resumen
(C.I.C 1606) Todo hombre, tanto en
su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta
experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la
mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la
discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que
pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de
manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas,
las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter
universal.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1607) Según la fe, este
desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus
relaciones, sino en el pecado. El
primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de
la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan
distorsionadas por agravios recíprocos (cf. Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio
del creador (cf. Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de
concupiscencia (cf. Gn 3,16); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de
ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (cf. Gn 1,28) queda sometida
a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (cf. Gn 3,16-19).
Para la reflexión
(C.I.C 1608) Sin embargo, el orden
de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas
del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en
su misericordia infinita, jamás les ha negado (cf. Gn 3,21). Sin esta ayuda, el
hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a
la cual Dios los creó "al comienzo".
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