martes, 23 de diciembre de 2014
335. ¿Qué efectos produce el sacramento del Orden? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 335 - repetición) El
sacramento del Orden otorga una efusión especial del Espíritu Santo, que
configura con Cristo al ordenado en su triple función de Sacerdote, Profeta y
Rey, según los respectivos grados del sacramento. La ordenación confiere un
carácter espiritual indeleble: por eso no puede repetirse ni conferirse por un
tiempo determinado.
Resumen
(C.I.C 1592) El sacerdocio
ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque
confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros
ordenados ejercen su servicio en el pueblo de Dios mediante la enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y por el gobierno
pastoral (munus regendi).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1585) La gracia del
Espíritu Santo propia de este sacramento es la de ser configurado con Cristo
Sacerdote, Maestro y Pastor, de quien el ordenado es constituido ministro.
Para la reflexión
(C.I.C 1586) Para el obispo, es en
primer lugar una gracia de fortaleza ("El Espíritu de soberanía": Pontifical Romano, Ordenación de obispo. Oración de la ordenación, 47): la de guiar y
defender con fuerza y prudencia a su Iglesia como padre y pastor, con amor
gratuito para todos y con predilección por los pobres, los enfermos y los
necesitados (cf. Christus Dominus, 13 y 16). Esta gracia le impulsa a anunciar el evangelio a
todos, a ser el modelo de su rebaño, a precederlo en el camino de la
santificación identificándose en la Eucaristía con Cristo Sacerdote y Víctima,
sin miedo a dar la vida por sus ovejas: “Concede, Padre que conoces los
corazones, a tu siervo que has elegido para el episcopado, que apaciente tu
santo rebaño y que ejerza ante ti el supremo sacerdocio sin reproche
sirviéndote noche y día; que haga sin cesar propicio tu rostro y que ofrezca
los dones de tu santa Iglesia, que en virtud del espíritu del supremo
sacerdocio tenga poder de perdonar los pecados según tu mandamiento, que
distribuya las tareas siguiendo tu orden y que desate de toda atadura en virtud
del poder que tú diste a los apóstoles; que te agrade por su dulzura y su
corazón puro, ofreciéndote un perfume agradable por tu Hijo Jesucristo” (San
Hipólito Romano, Traditio apostolica, 3). (Continua)
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