lunes, 20 de enero de 2014
73. ¿Cómo se comprende la realidad del pecado?
(Compendio 73) En la historia del
hombre está presente el pecado. Esta realidad se esclarece plenamente sólo a la
luz de la divina Revelación y, sobre todo, a la luz de Cristo, el Salvador de
todos, que ha hecho que la gracia sobreabunde allí donde había abundado el
pecado.
Resumen
(C.I.C 415) "Constituido por Dios en la justicia, el
hombre, sin embargo, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el
comienzo de la historia, levantándose contra Dios e intentando alcanzar su
propio fin al margen de Dios" (Gaudium
et spes, 13).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 385) Dios es infinitamente bueno y todas sus obras
son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los
males en la naturaleza -que aparecen como ligados a los límites propios de las
criaturas-, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? Quaerebam unde malum et non erat exitus
("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución") dice san
Agustín (Confessione, 7, 7, 1: PL 32,
739), y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al
Dios vivo. Porque "el misterio […] de la iniquidad" (2Ts 2,7) sólo se
esclarece a la luz del "Misterio de la piedad" (1Tm 3,16). La
revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del
mal y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5,20). Debemos, por tanto,
examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el
que es su único Vencedor (cf. Lc 11,21-22; Jn 16,11; 1Jn 3,8). (C.I.C 386) El
pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o
dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el
pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta
relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de
rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y
sobre la historia. (C.I.C 387) La realidad del pecado, y más particularmente
del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina.
Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el
pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de
crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia
necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del
designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la
libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse
mutuamente.
Para la reflexión
(C.I.C 388) Con el desarrollo de la Revelación se va
iluminando también la realidad del pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo
Testamento conoció de alguna manera la condición humana a la luz de la historia
de la caída narrada en el Génesis, no podía alcanzar el significado último de
esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la muerte y de la resurrección
de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer a Cristo como fuente de la
gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado
por Cristo resucitado, es quien vino "a convencer al mundo en lo referente
al pecado" (Jn 16,8) revelando al que es su Redentor. (C.I.C 389) La
doctrina del pecado original es, por así decirlo, "el reverso" de la
Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos
necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La
Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se
puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio
de Cristo.
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