miércoles, 9 de octubre de 2013
Za 12, 10 Ellos mirarán hacia mí, En cuanto al que ellos traspasaron
10 Derramaré sobre la casa de David y sobre los
habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de súplica; y ellos mirarán
hacia mí, En cuanto al que ellos traspasaron, se lamentarán por él como por un
hijo único y lo llorarán amargamente como se llora al primogénito.
(C.I.C 1432) El corazón del
hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo
(cf. Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios
que hace volver a El nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos"
(Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir
la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el
peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse
separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados
traspasaron (cf. Jn 19,37; Za 12,10). “Tengamos los ojos fijos en la sangre de
Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido
derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia
del arrepentimiento” (San Clemente Romano, Epistula
ad Corinthios, 7, 4).
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