lunes, 14 de octubre de 2013
Ml 2, 7-9 Los labios del sacerdotes guardan la ciencia
7 Porque los
labios del sacerdotes guardan la ciencia y de su boca se busca la instrucción,
porque es el mensajero del Señor de los ejércitos. 8 Pero ustedes se han
desviado del camino, han hecho tropezar a muchos con su doctrina, han
pervertido la alianza con Leví, dice el Señor de los ejércitos. 9 Por eso yo
los he hecho despreciables y viles para todo el pueblo, porque ustedes no siguen
mis caminos y hacen acepción de personas al aplicar la Ley.
(C.I.C 1539) El pueblo elegido fue
constituido por Dios como "un reino de sacerdotes y una nación
consagrada" (Ex 19,6; cf. Is 61,6). Pero dentro del pueblo de Israel, Dios
escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el servicio litúrgico (cf. Nm
1, 48-53); Dios mismo es la parte de su herencia (cf. Jos 13,33). Un rito
propio consagró los orígenes del sacerdocio de la Antigua Alianza (cf. Ex
29,1-30; Lv 8). En ella los sacerdotes fueron establecidos "para
intervenir en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer
dones y sacrificios por los pecados" (Hb 5,1). (C.I.C 1540) Instituido para anunciar la palabra de Dios (cf. Ml
2,7-9) y para restablecer la comunión con Dios mediante los sacrificios y la
oración, este sacerdocio de la Antigua Alianza, sin embargo, era incapaz de
realizar la salvación, por lo cual tenía necesidad de repetir sin cesar los
sacrificios, y no podía alcanzar una santificación definitiva (cf. Hb 5,3; 7,27;
10,1-4), que sólo podría ser lograda por el sacrificio de Cristo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario