miércoles, 2 de octubre de 2013
So 3, 17 El Señor, tu Dios, es un guerrero victorioso
17 ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un
guerrero victorioso! El exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor
y lanza por ti gritos de alegría,
(C.I.C 2676) Este doble movimiento de la oración a María ha
encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María: "Dios te salve, María (Alégrate, María)".
La salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo
quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a
recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde
esclava (cf. Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que Dios encuentra en ella
(cf. So 3, 17). "Llena de gracia, el
Señor es contigo": Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran
mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La
gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de toda
gracia. "Alégrate [...], Hija de Jerusalén [...] el Señor está en medio de
ti" (So 3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona
la hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor:
ella es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena
de gracia", se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que
entregará al mundo. "Bendita tú eres
entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús".
Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. "Llena […] del
Espíritu Santo" (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las
generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48):
"Bienaventurada la que ha creído..." (Lc 1, 45): María es
"bendita […] entre todas las mujeres" porque ha creído en el
cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en
bendición para todas las "naciones de la tierra" (Gn 12, 3). Por su
fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las
naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús,
el fruto bendito de tu vientre.
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