miércoles, 25 de marzo de 2009

Hch 12, 9-11 El Señor envió a su Ángel y me libró

(Hch 12, 9-11) El Señor envió a su Ángel y me libró
[9] Pedro salió y lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba sucediendo por intervención del Ángel, sino que creía tener una visión. [10] Pasaron así el primero y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y anduvieron hasta el extremo de una calle, y en seguida el Ángel se alejó de él. [11] Pedro, volviendo en sí, dijo: «Ahora sé que realmente el Señor envió a su Ángel y me libró de las manos de Herodes y de todo cuanto esperaba el pueblo judío».
(C.I.C 330) En tanto que criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales (cf. Pío XII, Humani generis: DS 3891) e inmortales (cf. Lc 20, 36). Superan en perfección a todas las criaturas visibles. El resplandor de su gloria da testimonio de ello (cf. Dn 10, 9-12). (C.I.C 334) De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (cf. Hch 5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12, 6-11; 27, 23-25). (C.I.C 335) En su liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo (cf. Plegaria eucarística, 27, Sanctus: Misal Romano); invoca su asistencia (así en el “Supplices te rogamus…” [“Te pedimos humildemente…”] del Canon romano el "In Paradisum deducant te angeli..." ["Al Paraíso te lleven los ángeles..."] de la liturgia de difuntos (Ritual de exequias, 50), o también en el "himno querúbico" de la liturgia bizantina (Liturgia bizantina de san Juan Crisóstomo, Hymnus Cherubinorum) y celebra más particularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles custodios). (C.I.C 336) Desde su comienzo (cf. Mt 18, 10) a la muerte (cf. Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf. Sal 34, 8; 91, 1013) y de su intercesión (cf. Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). "Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida" (san Basilio Magno, Adversus Eunomium 3, 1: PG 29, 656). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.

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