sábado, 21 de marzo de 2009

Hch 11, 1-7 Yo estaba orando y tuve una visión

Hechos 11
(Hch 11, 1-7) Yo estaba orando y tuve una visión
[1] Los Apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los paganos habían recibido la Palabra de Dios. [2] Y cuando Pedro regresó a Jerusalén, los creyentes de origen judío lo interpelaron, [3] diciéndole: «¿Cómo entraste en la casa de gente no judía y comiste con ellos?». [4] Pedro comenzó a contarles detalladamente lo que había sucedido: [5] «Yo estaba orando en la ciudad de Jope, cuando caí en éxtasis y tuve una visión. Vi que bajaba del cielo algo parecido a un gran mantel, sostenido de sus cuatro puntas, que vino hasta mí. [6] Lo miré atentamente y vi que había en él cuadrúpedos, animales salvajes, reptiles y aves. [7] Y oí una voz que me dijo: “Vamos, Pedro, mata y come”.
(C.I.C 1655) Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, "con toda su casa", habían llegado a ser creyentes (Cf. Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también que se salvase "toda su casa" (Cf. Hch 16,31; 11,14). Estas familias convertidas eran islas de vida cristiana en un mundo no creyente. (C.I.C 1656) En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, Ecclesia domestica (Lumen gentium, 11; Cf. Familiaris consortio, 21). En el seno de la familia, "los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada" (Lumen gentium, 11).

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