jueves, 26 de marzo de 2009
Hch 12, 16-17 Abrieron y vieron que era él
(Hch 12, 16-17) Abrieron y vieron que era él
[16] Mientras tanto, Pedro seguía llamando. Cuando abrieron y vieron que era él, no salían de su asombro. [17] Pedro les hizo señas con la mano para que se callaran, y les relató cómo el Señor lo había sacado de la cárcel, añadiendo: «Hagan saber esto a Santiago y a los hermanos». Y saliendo de allí, se fue a otro lugar.
(C.I.C 2594) La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la morada de Dios, el arca de la alianza y el Templo, bajo la guía de los pastores, especialmente el rey David, y de los profetas. (C.I.C 2595) Los profetas llaman a la conversión del corazón y, al buscar ardientemente el rostro de Dios, como hizo Elías, interceden por el pueblo. (C.I.C 2596) Los Salmos constituyen la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento. Presentan dos componentes inseparables: personal y comunitario. Y cuando conmemoran las promesas de Dios ya cumplidas y esperan la venida del Mesías abarcan todas las dimensiones de la historia. (C.I.C 2597) Rezandolos en referencia a Cristo, y viendo su cumplimiento en Él, los Salmos son elemento esencial y permanente de la oración de su Iglesia. Se adaptan a los hombres de toda condición y de todo tiempo. (C.I.C 2598) El drama de la oración se nos revela plenamente en el Verbo que se ha hecho carne y que habita entre nosotros. Intentar comprender su oración, a través de lo que sus testigos nos dicen en el Evangelio, es aproximarnos a la santitad de Jesús nuestro Señor como a la zarza ardiendo: primero contemplándole a Él mismo en oración y después escuchando cómo nos enseña a orar, para conocer finalmente cómo acoge nuestra plegaria.
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