lunes, 31 de marzo de 2008

Mt 12, 46-50 Estos son mi madre y mis hermanos

(Mt 12, 46-50) Estos son mi madre y mis hermanos
[46] Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. [47] Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte». [48] Jesús le respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». [49] Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos. [50] Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».
(C.I.C 2233) Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: ‘El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre’ (Mt 12, 49). Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal. (C.I.C 2232) Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf. Mt 16, 25): “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37).

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