miércoles, 26 de marzo de 2008
Mt 10, 34-39 No vine a traer la paz, sino la espada
(Mt 10, 34-39) No vine a traer la paz, sino la espada
[34] No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. [35] Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; [36] y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. [37] El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. [38] El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. [39] El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
(C.I.C 2232) Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf. Mt 16, 25): “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37). (C.I.C 1506) Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz (cf. Mt 10,38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,12-13).
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