domingo, 9 de marzo de 2008

Mt 5, 1-12 Felices los que tienen alma de pobres

Mateo 5
(Mt 5, 1-12) Felices los que tienen alma de pobres

[1] Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. [2] Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: [3] «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. [4] Felices los afligidos, porque serán consolados. [5] Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. [6] Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. [7] Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. [8] Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. [9] Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. [10] Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. [11] Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. [12] Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.
(C.I.C 1716) Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos: […] (C.I.C 1717) Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos. (C.I.C 1718) Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia El, el único que lo puede satisfacer: “Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada” (S. Agustín, De moribus Ecclesiae catholicae, 1, 3, 4: PL 32, 1312). “¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti” (S. Agustín, Confessiones, 10, 20, 29: PL 32, 791). “Sólo Dios sacia”. (Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum expositio, c. 15). (C.I.C 1719) Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.

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