sábado, 22 de marzo de 2008
Mt 9, 18-26 Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado
(Mt 9, 18-26) Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado
[18] Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». [19] Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. [20] Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, [21] pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada». [22] Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó curada. [23] Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: [24] «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de él. [25] Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. [26] Y esta noticia se divulgó por aquella región.
(C.I.C 1501) La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él. (C.I.C 1505) Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf. Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf. Is 53,4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con él y nos une a su pasión redentora. (C.I.C 904) "Cristo [...] realiza su función profética ... no sólo a través de la jerarquía [...] sino también por medio de los laicos. El los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra" (Lumen gentium, 35). “Enseñar a alguien [...] para traerlo a la fe [...] es tarea de todo predicador e incluso de todo creyente” (Santo Tomás de Aquino, STh III, 71. 4 ad 3).
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