martes, 26 de diciembre de 2017
Comentario CIC al YouCat Pregunta n. 240
(Respuesta YouCat) En el Antiguo Testamento se vivía la
enfermedad a menudo como una prueba difícil contra la que uno se podía rebelar,
y en la que, sin embargo, se podía reconocer también la mano de Dios. Ya en los
profetas surge la idea de que el sufrimiento no es sólo una maldición y no
siempre es la consecuencia de pecados personales, sino que el sufrimiento
aceptado con paciencia puede ser también un modo de vivir para los demás.
Reflecciones y
puntos a profundizar (Comentario
CIC) (C.I.C 1502) El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad
de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su enfermedad (cf. Sal 38) y de Él,
que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación (cf. Sal 6,3; Is
38). La enfermedad se convierte en camino de conversión (cf. Sal 38,5; 39,9.12)
y el perdón de Dios inaugura la curación (cf. Sal 32,5; 107,20; Mc 2,5-12).
Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al
pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la vida:
"Yo, el Señor, soy el que te sana" (Ex 15,26). El profeta entrevé que
el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los pecados de los
demás (cf. Is 53,11). Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo
para Sión en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad (cf. Is 33,24).
Para meditar
(Comentario
YouCat) (C.I.C 364) El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la
"imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado
por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a
ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (cf. 1Co 6,19-20;
15,44-45): “Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal,
reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él,
éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por
consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por
el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha
sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día (Gaudium et spes,
14).
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