lunes, 23 de marzo de 2015
405. ¿En qué se funda la autoridad de la sociedad? (Primera parte)
(Compendio 405) Toda sociedad humana tiene necesidad de
una autoridad legítima, que asegure el orden y contribuya a la realización del
bien común. Esta autoridad tiene su propio fundamento en la naturaleza humana,
porque corresponde al orden establecido por Dios.
Resumen
(C.I.C 1918) “No hay […] autoridad que no provenga de Dios, y las
que existen, por Dios han sido constituidas” (Rm 13, 1). (C.I.C 1919) Toda comunidad humana necesita una autoridad para
mantenerse y desarrollarse.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1899) La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios
‘Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no
provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo
que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los
rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación’ (Rm 13, 1-2; cf. 1P 2,
13-17). (C.I.C 1897) “Una sociedad bien
ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que
defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad
y sus desvelos al provecho común del país” (Pacem in terris, 46). Se llama
‘autoridad’ la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones dan leyes
y órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia.
Para la reflexión
(C.I.C 1900) El deber de obediencia impone a todos la obligación
de dar a la autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y,
según su mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen.
La más antigua oración de la Iglesia por la autoridad política tiene como autor
a san Clemente Romano: “Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la
estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la soberanía que tú les has
entregado. Eres tú, Señor, rey celestial de los siglos, quien da a los hijos de
los hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor,
su consejo según lo que es bueno, según lo que es agradable a tus ojos, para
que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les has
dado, te encuentren propicio” (San Clemente
Romano, Epistula ad Corinthios, 61,
1-2). (Continua)
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