viernes, 13 de marzo de 2015
396. ¿Cuándo se comete un pecado venial?
(Compendio 396) El pecado venial, que se diferencia
esencialmente del pecado mortal, se comete cuando la materia es leve; o bien cuando,
siendo grave la materia, no se da plena advertencia o perfecto consentimiento.
Este pecado no rompe la alianza con Dios. Sin embargo, debilita la caridad,
entraña un afecto desordenado a los bienes creados, impide el progreso del alma
en el ejercicio de las virtudes y en la práctica del bien moral y merece penas
temporales de purificación.
Resumen
(C.I.C 1875) El pecado venial
constituye un desorden moral que puede ser reparado por la caridad que tal
pecado deja subsistir en nosotros.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1862) Se comete un pecado
venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la
ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin
pleno conocimiento o sin entero consentimiento.
(C.I.C 1864) “Todo pecado y blasfemia
será perdonado a los hombres pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será
perdonada” (Mt 12, 31; cf. Mc 3, 29; Lc 12, 10). No hay límites a la
misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la
misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus
pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (Cf. Dominum et vivificantem, 46). Semejante endurecimiento puede
conducir a la condenación final y a la perdición eterna.
Para la reflexión
(C.I.C 1863)
El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a bienes
creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la
práctica del bien moral; merece penas temporales. El pecado venial deliberado y
que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado
mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la
amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la
gracia de Dios. ‘No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de
la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna’ (Reconciliatio et paenitentia, 17): “El hombre, mientras permanece en la carne, no puede
evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos pecados, que
llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los
pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa;
muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es
entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión...” (San Agustín, In
epistulam Ioannis ad Parthos tractatus,1,
6: PL 35, 1982).
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