domingo, 8 de marzo de 2015

391. ¿Qué supone para nosotros acoger la misericordia de Dios?



391. ¿Qué supone para nosotros acoger la misericordia de Dios?  


(Compendio 391) Acoger la misericordia de Dios supone que reconozcamos nuestras culpas, arrepintiéndonos de nuestros pecados. Dios mismo, con su Palabra y su Espíritu, descubre nuestros pecados, sitúa nuestra conciencia en la verdad sobre sí misma y nos concede la esperanza del perdón.

Resumen

(C.I.C 1870) “Dios encerró […] a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia” (Rm 11, 32).

Profundizar y modos de explicaciones

(C.I.C 1846) El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (Cf. Lc 15). El ángel anuncia a José: ‘Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados’ (Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: ‘Esta es mi sangre de la Alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados’ (Mt 26, 28). (C.I.C 1847) Dios “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13: PL 38, 923). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. ‘Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia’ (1Jn 1,8-9).

Para la reflexión

(C.I.C 1848) Como afirma san Pablo, ‘donde abundó el pecado, […] sobreabundó la gracia’ (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos ‘la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor’ (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado: “La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior dela propia consciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Así, pues, en este ‘convencer en lo referente al pecado’ descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito”. (Dominum et vivificantem, 31).    

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