miércoles, 11 de marzo de 2015
394. ¿Cómo se distinguen los pecados en cuanto a la gravedad?
(Compendio 394) En cuanto a la gravedad, el pecado se
distingue en pecado mortal y pecado venial.
Resumen
(C.I.C 1873) La raíz de todos los
pecados está en el corazón del hombre. Sus especies y su gravedad se miden
principalmente por su objeto.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1854) Conviene valorar los pecados según su gravedad. La
distinción entre pecado mortal y venial, perceptible ya en la Escritura (cf.
1Jn 5,16-17) se ha impuesto en la tradición de la Iglesia. La experiencia de
los hombres la corroboran. (C.I.C
1855) El pecado
mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción
grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su
bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la
hiere. (C.I.C 1858) La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la
respuesta de Jesús al joven rico: ‘No mates, no cometas adulterio, no robes, no
levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre’ (Mc
10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más grave
que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la
violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un
extraño.
Para la reflexión
(C.I.C 1856) El pecado mortal, que
ataca en nosotros el principio vital que es la caridad, necesita una nueva
iniciativa de la misericordia de Dios y una conversión del corazón que se
realiza ordinariamente en el marco del sacramento de la Reconciliación: “Cuando
[…] la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la caridad por la que
estamos ordenados al fin último, el pecado, por su objeto mismo, tiene causa
para ser mortal […] sea contra el amor de Dios, como la blasfemia, el perjurio,
etc., o contra el amor del prójimo, como el homicidio, el adulterio, etc. [...]
En cambio, cuando la voluntad del pecador se dirige a veces a una cosa que
contiene en sí un desorden, pero que sin embargo no es contraria al amor de
Dios y del prójimo, como una palabra ociosa, una risa superflua, etc., tales
pecados son veniales” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, 88, 2).
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