lunes, 9 de marzo de 2015
392. ¿Qué es el pecado?
(Compendio 392) El pecado es «una palabra, un acto o un
deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quien
desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y
atenta contra la solidaridad humana. Cristo, en su Pasión, revela plenamente la
gravedad del pecado y lo vence con su misericordia.
Resumen
(C.I.C 1871) El pecado es ‘una palabra, un acto o un deseo
contrarios a la ley eterna‘ (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27: PL
42, 418). Es una ofensa a Dios. Se alza contra Dios en una desobediencia
contraria a la obediencia de Cristo. (C.I.C 1872)
El pecado es un acto contrario a la razón. Lesiona la naturaleza del hombre y
atenta contra la solidaridad humana.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1849) El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la
conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el
prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del
hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una
palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” (San Agustín, Contra
Faustum manichaeum, 22, 27: PL 42, 418; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae,
1-2, 71, 6). (C.I.C 1850) El pecado es una
ofensa a Dios: “Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que
aborreces” (Sal 50, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene
y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia,
una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse ‘como dioses’, pretendiendo
conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así ‘amor de sí
hasta el desprecio de Dios’ (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28: PL 41, 436).
Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la
obediencia de Jesús que realiza la salvación (Cf. Flp 2, 6-9).
Para la reflexión
(C.I.C 1851) Es precisamente en la Pasión, en la que la
misericordia de Cristo vencería, done el pecado manifiesta mejor su violencia y
su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del
pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan
dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo, en
la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo (Cf. Jn 14, 30), el
sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará
inagotable el perdón de nuestros pecados.
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