lunes, 4 de agosto de 2008
Lc 8, 40-48 He sentido que una fuerza salía de mí
(Lc 8, 40-48) He sentido que una fuerza salía de mí
[40] A su regreso, Jesús fue recibido por la multitud, porque todos lo estaban esperando. [41] De pronto, se presentó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y cayendo a los pies de Jesús, le suplicó que fuera a su casa, [42] porque su única hija, que tenía unos doce años, se estaba muriendo. Mientras iba, la multitud lo apretaba hasta sofocarlo. [43] Una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años y a quien nadie había podido curar, [44] se acercó por detrás y tocó los flecos de su manto; inmediatamente cesó la hemorragia. [45] Jesús preguntó: «¿Quién me ha tocado?». Como todos lo negaban, Pedro y sus compañeros le dijeron: «Maestro, es la multitud que te está apretujando». [46] Pero Jesús respondió: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza salía de mí». [47] Al verse descubierta, la mujer se acercó temblando, y echándose a sus pies, contó delante de todos por qué lo había tocado y cómo fue curada instantáneamente. [48] Jesús le dijo entonces: «Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz».
(C.I.C 1116) Los sacramentos, como "fuerzas que brotan" del Cuerpo de Cristo (cf. Lc 5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son "las obras maestras de Dios" en la nueva y eterna Alianza. (C.I.C 143) Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. Dei verbum, 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rom 1,5; 16. 26). (C.I.C 150) La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).
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