sábado, 30 de agosto de 2008

Lc 11, 33-36 Que la luz que hay en ti no se oscurezca

(Lc 11, 33-36) Que la luz que hay en ti no se oscurezca
[33] Cuando uno enciende una lámpara, no la esconde ni la cubre, sino que la pone sobre el candelero, para que los que entran vean la claridad. [34] La lámpara del cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero si tu ojo está enfermo, también tu cuerpo estará en tinieblas. [35] Ten cuidado de que la luz que hay en ti no se oscurezca. [36] Si todo tu cuerpo está iluminado, sin nada de sombra, tendrá tanta luz como cuando la lámpara te ilumina con sus rayos».
(C.I.C 49) "Sin el Creador la criatura se […] diluye" (Gaudium et spes, 36). He aquí por qué los creyentes saben que son impulsados por el amor de Cristo a llevar la luz del Dios vivo a los que no le conocen o le rechazan. (C.I.C 141) "La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo" (Dei verbum, 21): aquellas y éste alimentan y rigen toda la vida cristiana. "Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero" (Sal 119,105; Is 50,4). (C.I.C 736) Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5, 25): “Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de llamar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna” (San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto 15, 36: PG 32, 132). (C.I.C 2715) La oración contemplativa es mirada de fe, fijada en Jesús. "Yo le miro y él me mira", decía a su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a Él es renuncia a "mí". Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el "conocimiento interno del Señor" para más amarle y seguirle (cf. San Ignacio de Loyola, Exercitia spiritualia, 104).

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