sábado, 16 de agosto de 2008
Lc 10, 38-42 María eligió la mejor parte
(Lc 10, 38-42) María eligió la mejor parte
[38] Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. [39] Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. [40] Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». [41] Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. [42] Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada».
(C.I.C 2551) "Donde […] está tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6,21). (C.I.C 2557) El hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios". La sed de Dios es saciada por el agua de la vida (cf. Jn 4,14). (C.I.C 163) La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1Cor 13, 12), "tal cual es" (1Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna: “Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyésemos ya las cosas maravillosas de las que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día” (S. Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 15, 36: PG 32, 132; cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, 4, 1). (C.I.C 772) En la Iglesia es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como la finalidad de designio de Dios: "recapitular todo en Cristo" (Ef 1, 10). San Pablo llama "gran misterio" (Ef 5, 32) al desposorio de Cristo y de la Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5, 25-27), por eso se convierte a su vez en misterio (cf. Ef 3, 9-11). Contemplando en ella el misterio, San Pablo escribe: el misterio "es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria" (Col 1, 27). (C.I.C 2549) Corresponde, por tanto, al pueblo santo luchar, con la gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios promete. Para poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer y del poder.
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