domingo, 3 de agosto de 2008

Lc 8, 26-27 Un hombre de la ciudad endemoniado

(Lc 8, 26-27) Un hombre de la ciudad endemoniado
[26] Después llegaron a la región de los gerasenos, que está situada frente a Galilea. [27] Jesús acababa de desembarcar, cuando salió a su encuentro un hombre de la ciudad, que estaba endemoniado. Desde hacía mucho tiempo no se vestía, y no vivía en una casa, sino en los sepulcros.
(C.I.C 414) Satán o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios. (C.I.C 416) Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los humanos. (C.I.C 419) "Mantenemos, pues, siguiendo el concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, ‘por propagación, no por imitación’ y que ‘se halla como propio en cada uno’" (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 16). (C.I.C 403) Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Concilio de Trento: DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal (Concilio de Trento: DS 1514).

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