jueves, 28 de agosto de 2008
Lc 11, 15-22 El Reino de Dios ha llegado a ustedes
(Lc 11, 15-22) El Reino de Dios ha llegado a ustedes
[15] pero algunos de ellos decían: «Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios». [16] Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. [17] Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. [18] Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque –como ustedes dicen– yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. [19] Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. [20] Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. [21] Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, [22] pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
(C.I.C 700) El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios" (cf. Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2Co 3, 3). El himno Veni Creator invoca al Espíritu Santo como dexterae Dei Tu digitus ("dedo de la diestra del Padre") (Domingo de Pentecostés, Himno para las I y II Vísperas: Liturgia de las Horas). (C.I.C 385) Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza -que aparecen como ligados a los límites propios de las criaturas-, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde viene el mal? Quaerebam unde malum et non erat exitus ("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución") dice S. Agustín (Confessiones, 7, 7, 1: PL 32, 739), y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Porque "el misterio […] de la iniquidad" (2Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del "Misterio de la piedad" (1Tm 3,16). La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5,20). Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su único Vencedor (cf. Lc 11,21-22; Jn 16,11; 1Jn 3,8).
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