viernes, 12 de febrero de 2016
594. ¿Por qué decimos «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»?
(Compendio
594) Al pedir a Dios Padre que nos perdone, nos reconocemos ante Él pecadores;
pero confesamos, al mismo tiempo, su misericordia, porque, en su Hijo y
mediante los sacramentos, «obtenemos la redención, la remisión de nuestros
pecados» (Col 1, 14). Ahora bien, nuestra petición será atendida a condición de
que nosotros, antes, hayamos, por nuestra parte, perdonado.
Resumen
(C.I.C 2862) La
quinta petición implora para nuestras ofensas la misericordia de Dios, la cual
no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a nuestros
enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo.
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2838) Esta
petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase,
-"perdona nuestras ofensas"- podría estar incluida, implícitamente,
en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio
de Cristo es "para la remisión de los pecados". Pero, según el
segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos
respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra
respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: "como".
Para la reflexión
(C.I.C 2839) Con
una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su
Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados.
Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de
separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él, como el
hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante él como el
publicano (cf. Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una "confesión"
en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra
esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la redención, la remisión
de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de
su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf. Mt 26, 28; Jn
20, 23).
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