domingo, 8 de noviembre de 2015
545. ¿Porqué es eficaz nuestra oración?
(Compendio
545) Nuestra oración es eficaz porque está unida mediante la fe a la oración de
Jesús. En Él la oración cristiana se convierte en comunión de amor con el
Padre; podemos presentar nuestras peticiones a Dios y ser escuchados: «Pedid y
recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado» (Jn 16, 24).
Resumen
(C.I.C 2644) El
Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo, la
educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se renuevan
dentro de unas formas permanentes de orar: bendición, petición, intercesión,
acción de gracias y alabanza.
Profundizar y modos
de explicaciones
(C.I.C 2615) Más
todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de
Jesús, es "otro Paráclito, […] para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de la verdad" (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus
condiciones aparece en todo el Discurso de despedida (cf. Jn 14, 23-26; 15, 7.
16; 16, 13-15. 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión
de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en Él:
"Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para
que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24). (C.I.C 2669) La oración de la
Iglesia venera y honra al Corazón de
Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su
Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La
oración cristiana practica el Vía Crucis
siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al
Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz ha redimido el
mundo.
Para la reflexión
(C.I.C 2616) La
oración a Jesús ya fue escuchada por Él durante su ministerio, a través de los signos que
anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración
de fe expresada en palabras (del leproso: cf. Mc 1, 40-41, de Jairo cf. Mc 5,
36, de la cananea cf. Mc 7, 29, del buen ladrón cf. Lc 23, 39-43), o en
silencio (de los portadores del paralítico cf. Mc 2, 5, de la hemorroísa cf. Mc
5, 28 que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la
pecadora cf. Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten
piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten
compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "Señor Jesúcristo,
Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador". Sanando enfermedades o
perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe:
"Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!". San Agustín resume admirablemente
las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum,
oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et
voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro;
ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se
dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él
nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros" (San Agustin, Enarratio in Psalmum 85, 1: PL 36, 1081).
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