lunes, 12 de diciembre de 2016
Comentario CIC al YouCat. Pregunta n. 98.
(Respuesta YouCat - repeticion) No se llegó
a la muerte violenta de Jesús por desgraciadas ircunstancias externas. Jesús
fue «entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto» (Hch
2,23). Para que nosotros, hijos del pecado y de la muerte, tengamos vida, el
Padre del Cielo «a quien no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro»
(2 Cor 5,21). La grandeza del sacrificio que Dios Padre pidió a su Hijo
corresponde sin embargo a la grandeza de la entrega de Cristo: «Y ¿qué diré?:
'Padre, líbrame de esta hora'. Pero si por esto he venido, para esta hora» (Jn
12,27). Por ambas partes se trata de un amor que se demostró hasta el extremo
en la Cruz.
Reflecciones y puntos a profundizar (Comentario CIC) (C.I.C 620) Nuestra salvación procede de la
iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque " Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo
consigo" (2Co 5, 19).
Para Meditar
(Comentario YouCat) Para librarnos de la muerte,
Dios se lanzó a una misión arriesgada: introdujo en nuestro mundo de muerte una
«medicina de la inmortalidad» (san Ignacio de Antioquía): su Hijo Jesucristo.
El Padre y el Hijo eran aliados inseparables en esta misión, dispuestos y
deseosos de asumir sobre sí lo máximo por amor al hombre. Dios quería llevar a
cabo un intercambio para salvarnos para siempre. Quería darnos su vida eterna,
para que gocemos de su alegría, y quería sufrir nuestra muerte, nuestra
desesperación, nuestro abandono, para estar en comunión con nosotros en todo.
Para amarnos hasta el final y más allá. La muerte de Cristo es la voluntad del
Padre, pero no su última palabra. Desde que Cristo murió por nosotros, podemos
cambiar nuestra muerte por su vida.
(Comentario CIC) (C.I.C 603) Jesús no conoció la reprobación como
si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor redentor que le
unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con
relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro
nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
(Mc 15, 34; Sal 22,1). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores,
"Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos
nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
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