sábado, 18 de octubre de 2008

Lc 23, 33-38 Padre, perdónalos, no saben lo que hacen

(Lc 23, 33-38) Padre, perdónalos, no saben lo que hacen
[33] Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. [34] Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. [35] El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». [36] También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, [37] le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». [38] Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos».
(C.I.C 616) El "amor hasta el extremo"(Cf. Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor […] de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.

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