miércoles, 29 de octubre de 2008

Jn 1, 32 He visto al Espíritu descender del cielo

(Jn 1, 32) He visto al Espíritu descender del cielo
[32] Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.
(C.I.C 743) Desde el comienzo y hasta de la consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable. (C.I.C 245) La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (VI Concilio de Toledo, (año 638): DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma substancia y también de la misma naturaleza […] por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (XI Concilio de Toledo, (año 675): DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150). (C.I.C 246) La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (Filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo […] tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente del Uno y del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración é...]. Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (Concilio de Florencia: DS 1300-1301).

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