viernes, 3 de octubre de 2008
Lc 20, 41-44 Dijo el Señor a mi Seño
(Lc 20, 41-44) Dijo el Señor a mi Señor
[41] Jesús les dijo entonces: «¿Cómo se puede decir que el Mesías es hijo de David, [42] si el mismo David ha dicho en el Libro de los Salmos: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, [43] hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies? [44] Si David lo llama “Señor”, ¿cómo puede ser hijo suyo?».
(C.I.C 439) Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21). (C.I.C 590) Sólo la identidad divina de la persona de Jesús puede justificar una exigencia tan absoluta como ésta: "El que no está conmigo está contra mí" (Mt 12, 30); lo mismo cuando dice que él es "más que Jonás [...] más que Salomón" (Mt 12, 41-42), "más que el Templo" (Cf. Mt 12, 6); cuando recuerda, refiriéndose a que David llama al Mesías su Señor (Cf. Mt 12, 36-37), cuando afirma: "Antes que naciese Abraham, Yo soy" (Jn 8, 58); e incluso: "El Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10, 30).
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