domingo, 12 de octubre de 2008

Lc 22, 39-42 Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz

(Lc 22, 39-42) Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz
[39] En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. [40] Cuando llegaron, les dijo: «Oren, para no caer en la tentación». [41] Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba: [42] «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».
(C.I.C 612) El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida", de "el que vive" (cf. Hch 3, 15), Viventis (cf. Ap 1, 18; Jn 1, 4; 5, 26), assumpta. Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1P 2, 24).

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