jueves, 25 de diciembre de 2008
Jn 11, 51-57 Jesús iba a morir por la nación
(Jn 11, 51-57) Jesús iba a morir por la nación
[51] No dijo eso por sí mismo, sino que profetizó como Sumo Sacerdote que Jesús iba a morir por la nación, [52] y no solamente por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. [53] A partir de ese día, resolvieron que debían matar a Jesús. [54] Por eso él no se mostraba más en público entre los judíos, sino que fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y allí permaneció con sus discípulos. [55] Como se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a Jerusalén para purificarse. [56] Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el Templo: «¿Qué les parece, vendrá a la fiesta o no?». [57] Los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado orden de que si alguno conocía el lugar donde él se encontraba, lo hiciera saber para detenerlo.
(CCC 576) A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido: – contra la sumisión a la Ley en la integridad de sus prescripciones escritas, y, para los fariseos, según la interpretación de la tradición oral. – contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada. – contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede compartir. (CCC 2793) Los bautizados no pueden rezar al Padre "nuestro" sin llevar con ellos ante El todos aquellos por los que el Padre ha entregado a su Hijo amado. El amor de Dios no tiene fronteras, nuestra oración tampoco debe tenerla (cf. Nostra Aetate, 5). Orar a "nuestro" Padre nos abre a dimensiones de su Amor manifestado en Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún para que "estén reunidos en la unidad" (cf. Jn 11, 52). Esta solicitud divina por todos los hombres y por toda la creación ha inspirado a todos los grandes orantes: tal solicitud debe ensanchar nuestra oración en un amr sin límites cuando nos atrevemos a decir Padre “nuestro”.
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